Me siento delante del ordenador y me conecto a MultiCosmos, el videojuego-red social más molón de la historia. Aparezco junto a una elfa-enana con el nick de Amazoona flotando sobre su cabezón: es el avatar de Alex, mi mejor amiga. Hemos quedado para superar los cinco niveles de Sustazolandia, el planeta más aterrador (con permiso del País de las Matemáticas). ¡Mola ciervo!
Antes de entrar, Amazoona estudia el mapa mientras yo compruebo que he traído todos los artilugios defensivos conmigo:
-... Repelente de zombis, cera para depilar a hombres lobo, cebollas contra los vampiros...
-¿¡Cebollas!? -exclama la elfa-enana-. ¡Te dije ajos! ¡A-jos!
-Es que los ajos pesan el doble de megas -me disculpo avergonzado.
-Está bien, nos apañaremos. -Amazoona siempre se pone tensa antes de iniciar una aventura-. Somos dos de los mejores jugadores de MultiCosmos: ¡superaremos el planeta con los ojos cerrados!
Sobre todo con los ojos cerrados, pienso. Porque no nos vamos a atrever a abrirlos.
Una puerta oxidada nos separa del micromundo. La elfa-enana toma la iniciativa y entra a Sustazolandia. Yo la sigo antes de que mi nick + «cobardica» sean trending topic.
Al otro lado de la verja nos espera un siniestro bosque pixelado que da repelús. Los dos nos ponemos a la defensiva, pero cuando surge un fantasma ante nosotros, casi me echo a reír.
-¿Tanto rollo para esto? -me burlo.
El fantasma es tan pequeño que se cubre con una servilleta en vez de con una sábana, y da el mismo miedo que un gatito recién nacido. Más que Sustazolandia, ¡parece un parque infantil!
-No te confíes -advierte Amazoona-. El susto llega cuando menos te lo esperas.
Y de pronto ocurre. Lo que más miedo me da en el mundo, más que un ornitorrinco con cuernos o un examen de ecuaciones. La pantalla se bloquea con un mensaje:
Has perdido la conexión.
Mi grito de pánico se escucha hasta en la estación espacial.